El Imperio Otomano
La
principal característica del Imperio Turco es que fue totalmente cosmopolita, fue un
imperio multiétnico,
donde convivían diferentes pueblos o etnias, que estaban integrados en las
estructuras sociopolíticas de este imperio y que además practicaban la tolerancia religiosa,
cosa que por ejemplo no se hacía en Castilla. De hecho, el mundo mediterráneo
de esta época era totalmente intolerante y marcaba la sociedad de los siglos
XVI y XVII, por eso podemos considerar que el Imperio Turco era de mente
bastante más abierta. Fue además un Imperio universal, que recibió por ejemplo, a los judíos
(1492) y moriscos, que habían sido expulsados de la Península. Era también una
civilización única, un imperio políglota, donde los esclavos podían llegar a alcanzar puestos
de responsabilidad. Se va a crear con ello una élite que se orientaba en torno al sultán.
Fue un
Imperio que estuvo marcado por sus batallas y conquistas. El primero de los
sultanes que tuvo la oportunidad de gobernarlo fue Murad I, que va a conquistar
gran parte de los Balcanes. Es considerado el verdadero fundador, además de un
practicante considerable de la tolerancia hacia los pueblos. Más tarde llega Mehmed I,
que empieza la conquista de Constantinopla, que no caerá hasta 1453 con Mehmed II.
Con este último, ya en el siglo XV se van a desarrollar las primeras victorias
contra Venecia. Digamos que las
relaciones entre Venecia y el Imperio Turco van a ser decisivas, ya que Venecia, estaba encuadrada en la
Península Ibérica pero mirando más hacia Oriente que hacia Occidente, siendo
muy cercana a rutas como las de la seda, y es ahí donde se van a encontrar.
Podemos verla como uno de los puntos
estratégicos.
La
conquista de Constantinopla, supuso
la creación de fuertes lazos entre los distintos grupos que vivían en un mismo
espacio, así como las disputas por los territorios. Cabe destacar, que por
ejemplo, había caballeros castellanos y
catalanes en la defensa de Bizancio. Y, por otro lado, en las filas otomanas encontrábamos cristianos de origen balcánico u ortodoxos.
La diferencia entre ambas filas es, que en el caso de las turcas, había mayores
apoyos y diversidad de etnias, gracias a la tolerancia religiosa que marcaba la
mentalidad de la época.
Una
de las controversias que marcaron la mala relación entre el Imperio Turco y sus vecinos europeos fue el
tema de la disputa por Venecia y los
Balcanes, y los continuos ataques de
los piratas berberiscos. A
principios del siglo XVI se comenzarán a ganar plazas a los venecianos, hasta
que finalmente pierda la mayor parte de su territorio y no le quede otra que
rendirse. Por su parte, los piratas berberiscos suponían un grave peligro para
Europa, ya que además contaban con el apoyo del Norte de África para saquear,
robar y violar en las costas europeas. Como enemigos de estos piratas estará la
Orden de San Juan (cristiana), que
realizará las mismas acciones en las costas otomanas.
Los
siguientes en la línea de sucesión responden a los nombres de Selim I
(1512-1520) y Solimán, a quienes se les atribuye la cumbre
definitiva del Imperio Turco. Selim fue quien consolidó
el Imperio en la zona de Egipto, incorporó los mamelucos a sus territorios y
creó un gran arsenal de tropas en torno a Estambul. En cambio, Solimán, derrotó
a los húngaros en Mohács (1526), consiguió tomar Belgrado (1521), y acabar con
Carlos V en Venecia. Todo ello supuso la entrada de los otomanos en el
territorio europeo. La más importante de todas las batallas, será sin duda, la Batalla de Lepanto (1571). Es una batalla importantísima, no solo por sus consecuencias
militares, sino porque demostró al Imperio Turco que no podía atender a dos
frentes. Es decir, no podían mirar a Oriente a la vez que lo hacían hacia
Europa. Y realmente, al final van a centrarse más en ese marco Oriental que en
el Occidental. De hecho a partir de esta batalla, el frente mediterráneo no
desparece, pero sí consigue estabilizarse. A partir de 1566 no van a
conseguir avanzar más, se quedan con los territorios que tenían y lo que habían
ido conquistando. Las zonas del Norte de África eran repúblicas de vasallos que
recibían el apoyo del Imperio Turco, gracias a la gran influencia de piratas
berberiscos en sus costas.
La Monarquía Hispánica
El
término “Monarquía Hispánica” se
acuña en el S. XVII por un historiador
italiano para denominar a todos
los reinos que estaban bajo un mismo cetro, bajo una misma soberanía.
Veremos cuál es su origen y cómo es posible pudiera sobrevivir durante casi dos
siglos aun teniendo tal complejidad
política. Veremos que pese a los problemas que trae el hecho de ser una
monarquía tan vasta, pudieron enfrentarse a la tarea de gobernar tan amplísimos territorios.
Cada territorio conservará su particularismo y
organización política. Estos territorios se pueden dividir según la capacidad de actuación del
rey. Recordemos que la monarquía hispánica era un estado unido, pero no
centralizador, que compartía una serie de territorios diferentes, todos bajo el
mandato del rey. Entre las diferencias de los territorios podemos destacar las
diferencias en la lengua, la economía, la ley, o incluso el poder del rey sobre
dicho lugar. Será, en efecto, un estado muy diverso. Por un lado, podemos
encontrar que esta división presentaba ciertas ventajas, como por ejemplo la
facilidad que tenía para sumar reinos, y por lo tanto, para ampliar el
territorio. Haciendo referencia a este hecho podemos destacar la situación de Portugal,
que fue víctima de estas negociaciones entre territorios, y finalmente fue
añadido al conjunto de territorios hispánicos. Felipe II firmó un consenso por
el cual este territorio pasaba
a formar parte de la monarquía hispánica, pero en cambio, conservaría sus
tradiciones y costumbres. Estos consensos, que también incidieron sobre
otros territorios, buscaban evitar la opresión o la invasión entre los
territorios de esta unidad. Sin embargo, el control de los territorios suponía
un problema grave. De hecho, este control dependería en su totalidad de los
pactos realizados entre las élites locales. Y por otro lado, estaría el
problema de la homogeneidad: estos territorios eran tan diversos, que al final
todos eran extranjeros. Entonces, este particularismo es un elemento que
juega a favor en el sentido de que permite ir agregando reinos de un modo
relativamente fácil, pero que por otra parte, constituye una estructura
económicamente costosa. En definitiva, para el control de los territorios,
el rey va a necesitar ayuda de las sedes, que serán órganos elitistas de poder,
que ayudarán al rey en su gobierno. Este funcionamiento provocará un gran
derroche económico, tanto para contentar a estas élites como para mantener a la
corte, y al resto del reino.
Pensemos
que en el siglo XVI la cultura
económica era primordial. Había buenas cosechas y escasez de epidemias. En
cambio, tanta explotación de recursos en esta época provocará un siglo XVII mucho más sombrío: lleno de
crisis, epidemias y complicaciones. Entre los problemas, podemos destacar las
confrontaciones entre los pequeños territorios, por el poder.
Los territorios se dividían en dos clases en función
de la cantidad de poder que tenía el rey sobre ellos: había
territorios en los que había mucho más dominio del rey (que nunca es total),
como por ejemplo Castilla (el rey pondrá
corregidores en cada una de las
principales ciudades, que serán las figuras más célebres a nivel municipal) o
Nápoles. En el otro caso, el rey tendría menos poder, dando más peso a las
élites.
La estructura administrativa e institucional será muy frágil, razón
por la que las relaciones personales fueron claves. Había una grave falta de
organización, que luego tendrá que arreglar el mundo contemporáneo. Sabiendo
que había esta deficiencia, había que buscar una forma de solventar este
problema, así que lo que harán será pactar con las oligarquías (la
élite) para que éstas les ayuden en la administración y organización de los
territorios. En cambio, para la sorpresa de los reyes, esta dependencia de las
oligarquías provocará problemas más adelante.
-
Proceso de oligarquización:
la falta de habilidad de los reyes para gobernar, hará que las élites
vayan adquiriendo cada vez más poder, hasta que en algún momento se llegará a
ciertas revoluciones burguesas en las que ambos se enfrentarán por saber quién
se queda con el máximo de poder.
Esta
estructura administrativa se caracterizará principalmente por su falta de
instituciones. Al no haber instituciones, estas relaciones se hacían de forma
más personal, lo que más adelante también supondrá batallas por el poder.
El
escenario político en el Imperio Otomano
Es
en el siglo XV cuando el sultán se
va a convertir en la suprema autoridad religiosa y civil, es decir, cuando
confirma su dominio religioso. Se forma un modelo político donde él era el dueño de sus
territorios y todas las personas que trabajaban en ellos, siendo estos, los esclavos. La figura del sultán era
omnipotente, aunque luego había otros grupos de oligarcas, como el cuerpo de sacerdotes o los visires, que también
tenían gran influencia socio-política.
Uno
de los problemas que va a presentar este imperio va a ser los referentes a la sucesión. Lo que había inculcado Mehmed
es que los sultanes debían morir, y después ser sucedidos, pero todo a base de
guerras. Y por eso van a estar todos enfrentados entre ellos. Esto va a ser una
constante. Realmente, al contrario de lo que sucedía en las monarquías
europeas, la idea de
sucesión no estaba muy bien desarrollada, ya que lo que había era luchas entre
los miembros de las familias reales por el poder. Esto va a provocar guerras civiles e incluso la ejecución sumaria de hermanos o primos,
que hacía que la familia del sultán perdiese a miembros clave por estas ideas
de sucesión. Muchas veces había diferentes intereses de poder entre los
diferentes hijos de las diferentes mujeres que componían la corte. El que
primaba siempre era el progenitor, dado que se practicaba la monogamia.
Solimán va a promulgar un código, Kanuname (corpus
documental de gran trascendencia). Con él la percepción de la monarquía seguía siendo centralizadora, y lo primero que iba a
buscar además de controlar
el poder, sería controlar también la cultura. Esto también lo veremos en la monarquía
hispánica con Felipe
II, que con su Recopilación de
Leyes, realizará un proceso similar orientado a Castilla. Otra de las cosas
que va a hacer va a ser aumentar el
número de funcionarios, es decir, de las personas que trabajan en la corte.
Sin embargo, aunque esta tendencia también se emplease en Europa, el método
sería diferente: en el
caso de la monarquía hispánica los que trabajan en la corte son plenamente
católicos, y por lo tanto todos sus fieles también debían serlo; en cambio, en
el caso de Solimán el Magnífico, eran de diversas culturas, incluso entre ellos
también había cristianos.
-
Jenízaros: constituían la élite del ejército
otomano. Eran tropas muy fieles al sultán, y se caracterizaban por ser niños
arrancados de las familias balcánicas, que además eran sometidos a un proceso
de socialización para que siempre fueran fieles al sultán. De esta forma se
convierten en la guardia personal del sultán. Este proceso de arrebato de niños
y educación orientada al amor hacia el monarca, también va a practicarse sobre
miembros de otras culturas. El sultán vivía en el corte, rodeado de estos
funcionarios, que serían en el futuro los virreyes territoriales. Lo que hace,
pues, para asegurarse la fidelidad es educar a estos futuros virreyes. Estos
jenízaros tenían totalmente prohibido el matrimonio, ya que de esta forma se
evitaban posibles distracciones. Debía ser una tropa fiel hasta el máximo de
sus extremos. También eran reclutados cada cinco años entre los niños más
fornidos.
-
Timars: eran virreyes
que a cambio de tropas conseguían rentas y tierras. Esto establecía una especie
de consenso entre el sultán y las aristocracias. Esto también lo encontraremos,
por ejemplo, en las Repúblicas Italianas o en Francia.
La
ambición jenízara será uno de los problemas a los que se enfrente la sucesión. Los jenízaros servían al
sultán, pero cuando este moría se daban guerras civiles entre los que querían a
un sucesor y los que preferían a otro. Cada grupo de poder quería ser el
ganador, y poner un sultán de su bando para ellos beneficiarse. Las muertes de
los sultanes suponían graves problemas internos. La consecuencia final de esta
práctica constituyó la eliminación y debilitamiento de aquellos que podían
tener la oportunidad de adquirir el poder en algún momento. En realidad, las
maquinaciones de las mujeres del harén y las influencias de los jenízaros
eran básicas, ya que cada vez que moría el sultán al que eran fieles, tenían
que elegir rápidamente uno de los bandos que iban a enfrentarse por el poder.
Los jenízaros, por eso, serán fuentes de oposición a la modernización y a las
nuevas leyes, dada la situación de privilegio de la que gozaban. Este problema,
en definitiva, será recurrente y estructural en el Imperio Otomana.
El
escenario político en la Monarquía Hispánica
Organización política en Castilla: el sistema polisinodial se
trata de un sistema de Consejos divididos temáticamente (Hacienda, Estado,
Guerra, Órdenes Militares e Inquisición), o territorialmente (Castilla,
Aragón), que poseían un carácter administrativo, consultivo y judicial. Esta
organización también forma parte del modelo hispánico, y tendrá bastante
carácter burocrático.
Lo que
harán estos consejeros,
funcionarios o burócratas, será procurar el contento del rey y a su vez, el
beneficio económico de sus señoríos. Es decir, por una parte serán fieles al
rey y a la religión, pero por otro lado buscarán el contento económico propio y
familiar. Por otro lado, además de servir al rey, debían servir al reino. Es
más, muchas veces, el Consejo de Castilla se va a oponer a esta participación
de oligarcas, sobre todo con el tema de pago de impuestos. Pensemos, que el
hecho de ser un Consejo, suponía que el deber único era aconsejar al rey. Es
decir, no era una administración al servicio del Estado, sino que al depender
todo de la fidelidad (a veces no tan fiel) hacia el rey, podremos observar como
así se tomarán la libertad de tener otros tipos de intereses, como decíamos
antes, el social y el económico. Por otro lado, lo que también ocurre es que
están mal diferenciados.
Se basa en
el sistema bajo-medieval de Castilla,
pero con dos importantes reformas entre 1523 y 1528. Uno de sus elementos más
importantes será que estos monarcas tratarán de formar una unidad religiosa, primordialmente cristiana, en todos los
territorios. El hecho de ser católico ya sumaba puntos a favor con esa
monarquía tan extremamente católica. De esta forma, la los vasallos, cortesanos
y personas de confianza del rey, debían ser todos cristianos. Será un imperio
que no apoye la diversidad, que solo acepte el cristianismo. De hecho, no ser
cristiano sería visto como un delito y considerado como un ataque directo al
rey.
Secretarios de Estado (XVIII): el
despacho personal. Los
Secretarios de Estado en España, entre 1714 (reformas borbónicas de Felipe V) y
1833 (final del reinado de Fernando VII, la Década Ominosa y del Antiguo
Régimen en España), fueron el cargo institucional que ejercía las funciones
directivas del poder ejecutivo por delegación directa y bajo la confianza del
rey, quien no por ello dejaba de concentrar todos los poderes como rey
absoluto. Su figura, dentro de una monarquía absoluta propia del Antiguo
Régimen, era en cierta medida comparable a la que posteriormente representaría
el Presidente del Consejo de Ministros (dentro de un régimen liberal en el que
se introdujo la división de poderes y la limitación de los poderes regios
propia de una monarquía constitucional); y, más adelante, el Presidente del
Gobierno en la actual monarquía parlamentaria desde la Constitución de 1978.
-
Corregidores y
ciudades:
Un corregidor era un representante del
rey, considerado como la máxima autoridad dentro de los territorios que
componían el reino. Su función, por ello, era controlar a las ambiciosas
oligarquías. Era de la máxima confianza del rey y se encargaba además de
asuntos administrativos. Sin embargo, estos corregidores muchas veces eran
miembros de las propias oligarquías, dando lugar a una gran corrupción política
y económica. Ello también se debía al ofrecimiento de títulos o territorios por
parte del rey a cambio de las buenas relaciones que mantenía con algunos de
estos miembros.
Este
sistema era un sistema de
religión y de familias. Las relaciones personales y la fidelidad eran
dos elementos clave para ganarse el favoritismo del rey, y por lo tanto, el
poder ascender en la escala de poder y de la economía. De tal modo, a pesar de
que existía un sistema de corregimiento que hacía valer la voz del rey en las
diferentes ciudades, al final tenía diferentes matices que impedían que este
poder localizado en el rey se entendiese como absolutismo, ya que había muchas
ramas de la que partían los poderes de otros muchos miembros pudientes y
célebres en la vida social, política y económica de la época.
Las
Cortes eran elementos de representación de la sociedad
política, que negociaban con el rey, le ofrecían servicios, y este a cambio las
dotaba de poder y territorios. Por ejemplo, en el caso de la gestión de los
tributos en Castilla, podemos observar que no dependían del rey, sino que la
recaudación de esos tributos dependía de negociaciones conocidas como encabezamientos (negociaciones fiscales
de los siglos XVI-XVII). Este sistema hacía que estos miembros con los que el
rey firmaba el contrato, se quedasen con un poco más de dinero para uso
personal. Esto, sin embargo, no era corrupción porque el rey lo sabía y estaba
permitido por el contrato firmado. En cambio, a finales del siglo XVI estas
diferencias entre lo que pagaban al rey y lo que se quedaban los burócratas
eran cada vez mayores. La falta de una Hacienda en la época, impedía el control
de estos tributos, que se administraban en función de estos contratos que hemos
dicho.
-
Organización
política:
Como consecuencia del establecimiento de la Corte en Madrid, la Villa se convirtió en el y
en el centro, también, de la vida política, económica, financiera y social de
los reinos peninsulares. Al residir aquí el rey, de modo permanente, también
tenían su sede organismos tan importantes como los Consejos, Arzobispado de
Toledo, del que eclesiásticamente Madrid dependía, y el Nuncio, como representación de los
Estados Pontificios ante la Corona Española.
centro
político de los extensos territorios del Imperio dominados por la Coron
Es decir, la
Villa pasa a ser Corte, y por tanto, no sólo va a detentar una autoridad
municipal y local, y un organismo de equilibrio o compromiso, sino que se
convierte en sede y terreno de altos y complejos organismos de poder.
Esta transformación en Corte, lejos de beneficiar y aumentar la capacidad y
poder del municipio, o sea del Concejo, no supuso ningún beneficio para la
Villa y sus ciudadanos, al menos como conjunto, aunque sí sobre determinados
individuos y estamentos. Siendo representantes de la comunidad, y por tanto
valedores de los intereses de ésta, fueron sólo atentos y fieles servidores de la
voluntad e intereses de la Corona, dada su actuación en las frecuentes Cortes
convocadas en Madrid, como representantes de la Villa.
El poder del rey y de
la Corona, no sólo disminuyó, sino que muy
pronto eclipsó la capacidad de maniobra del Ayuntamiento, aunque éste estuviese
siempre presente en todas las ceremonias y representaciones diplomáticas de la
Corte. Este Ayuntamiento estaba situado en la calle Mayor y en la Plaza Mayor,
y hacía grandes inversiones que partían, en su mayor medida, de las arcas públicas.
Este suceso, entre otros relacionados con la corrupción, serán los que después
provoquen una grave crisis política económica durante el siglo XVII.
El Ayuntamiento madrileño fue, durante el siglo XVII, una marioneta
de los intereses de la Corona, pues otra cosa no podía al estar formado por
títulos vitalicios y
cargos hereditarios, y por personajes totalmente fieles a los deseos del monarca o de sus válidos. Con frecuencia,
incluso, la Corona permitía transgresiones de las normas y de las reglas para
poder colocar a determinados individuos en puestos de representatividad.
En las Cortes, que
se celebraban generalmente en Madrid, los castellanos, andaluces o aragoneses
solían defender sus intereses. Pero la monarquía austríaca no podía consentir
dada la generosidad que había tenido la Corona con ellos. Por tanto, la Corona
tendió desde el primer momento a minimizar la acción del Concejo, a
favor de una mayor
representatividad de las Cortes.
El Concejo, como
todos los demás organismos estatales de la Corte, no podía ser un organismo
autónomo y con objetivos particulares, sino que debía ser una administración
más emanada de la figura y poder del monarca, que debía servir a la Corona y la
Corte. Finalmente, como responsable del espacio urbano y de la manutención del
vecindario, incluido el cortesano, desarrolló una tibia política urbanística y
unos servicios encaminados a asegurar el abastecimiento público.
Sociedad
en el Imperio Otomano
Vamos encontrar una estructura social dual: hay diferencias
entre los militares y no militares (diferenciación por castas), en derechos por
ejemplo. Los militares eran una clase dirigente, que estaba compuesta por
miembros del estado y por funcionarios, cortesanos e incluso el clero.
Desde
el punto de vista de la religión se considera que este Imperio era una autocracia donde el sultán representaba
la religión, y cuya soberanía procedía directamente de Dios. Sin embargo, el
poder limitar estaba limitado por estadistas,
que se conocían por el nombre de ulemas, que formaban
además un tribunal supremo, religioso y jurídico, muy poderoso. Estos seres
tenían la propiedad de revocar la investidura del sultán, a pesar de que ésta
fuera hereditaria, y ya se verán casos de sultanes que fueron derrocados por
estos personajes tan poderosos. Podemos decir que son como sacerdotes que
aconsejan en términos de política.
El
ámbito económico comienza a cobrar importancia con Mehmed II, que va a iniciar la centralización administrativa,
aumentando así su poder. Esta característica no solo se aprecia en el Imperio
Turco, sino también en Europa, que se encontraba en su periodo renacentista
repleto de monarquías totalitarias. Además, todo ello provocará que el poder pueda ser
totalmente dominado desde
el centro.
Con
el crecimiento del imperio, el sultán (especialmente en el siglo XVI), ya no
podía manejar solo la administración, por lo que se forma un consejo de
ministros denominado Diván. Y aquí
volvemos de nuevo a un proceso de institucionalización que vivió este imperio a
causa del gran volumen de su territorio, que imposibilitaba su control. El
Diván estaba controlado por el sultán, y también era el centro, ya que desde él
se controlaban y se tomaban las funciones y decisiones más importantes del
estado, tanto en política interior como exterior.
Desde
el punto de vista fiscal podemos destacar los diezmos (un 10% de las ganancias
agropecuarias), que debían pagar los musulmanes; y luego estaban los derechos
de aduanas, o los tributos. Las rentas que le llegaban al Imperio Turco eran
mucho mayores a la de los emperadores europeos, entre ellos Carlos V. Lo más
significativo es que este imperio tenía un gran poder de renta y desarrollo
institucional que de algún modo le llevaba a poder recaudar estos impuestos.
Respecto
a la religión, los turcos van a
dejar que se practique de forma libre y serán plenamente tolerantes. Intentará
que los vencidos se sientan en las
mejores condiciones, e incluso les dejará alcanzar grandes cotas de
responsabilidad dentro de la Administración o el funcionariado. Era un imperio
tremendamente cosmopolita, que sin duda tenía como elemento central su
ejército.
Sociedad en la Monarquía Hispánica
Las redes sociales y sus relaciones personales eran la base del
funcionamiento de la sociedad y la economía de la época. Estas relaciones, eran
por ejemplo, las que había entre las camarillas o los cortesanos, con el rey o
con otros miembros con mucho poder. Estas relaciones eran principalmente informales,
es decir, no dependían de procesos burocráticos o legales, sino que se basaban
en las relaciones familiares o sociales, con fines plenamente económicos. Es
verdad, que sí que existía la ley (que podía ser de muchas formas
interpretada), pero no era la base de las relaciones.
La base del
funcionamiento de este sistema va a estar en el número de miembros que tenía la familia. Es decir,
cuantos más miembros tuviese, mayores serían las relaciones de solidaridad
entre los miembros. Esto era algo que se respetaba mucho, la fidelidad y el
honor eran como las bases de la moral de la época.
-
Clientecismo: relaciones informales y desiguales
entre personajes importantes, y miembros menos importantes, denominados
clientes. Era la base de la corrupción. Lo que van a conseguir estos clientes
serán apoyo territorial y económico, a
cambio de otro tipo de favores.
Madrid experimentó un
elevado crecimiento desde el momento en que allí se asentó la Corte. De la discreta población de la
Villa en la mitad del siglo XVI, se pasa, casi súbitamente, a unas curvas de
crecimiento, que aunque tendrán retrocesos a lo largo del tiempo,
caracterizarán la vida y el ambiente de la ciudad durante todo el XVII.
Primero llegarán los cortesanos,
con todo ese enjambre de cargos y puestos que forman el servicio de la Casa
Real, seguidos en pocos años de los muchos funcionarios del Estado, en
la medida en que Felipe II hace crecer y
hacerse más compleja la maquinaria burocrática del Estado. En tercer lugar,
comienzan a establecerse los inmigrantes,
procedentes de los ejércitos o del campesinado y medio rural. En la medida en
que las familias nobles, aristocráticas o burguesas demandan siervos y criados,
esta inmigración se hará, ya en el XVII, con el establecimiento estable de la
Corte, más sólida y continuada.
No podemos olvidar el creciente número de clérigos, frailes y monjas, que comienzan a asentarse en la
Corte muy poco después de 1561. Con sólo estos factores enumerados, es
fácil imaginar que la población avecindada en Madrid tenía que crecer de forma
intensa más que sensible. Sintetizando, la sociedad madrileña podía definirse
en estos aspectos: un primer porcentaje de cortesanos
y funcionarios, de estamentos diversos, los primeros generalmente nobles, los segundos burgueses o letrados, salvo ciertos casos. Un segundo porcentaje de nobleza o aristocracia, con o sin directa participación en la vida cortesana
o de círculos más cercanos al rey. Esta nobleza, que durante el reinado de Felipe II se manifestó remisa a
trasladar la residencia a Madrid, se fue estableciendo paulatinamente a
partir de la vuelta cortesana de Valladolid en 1605, llegando a constituir en
el siglo XVII más de un cuarto de la población. Porcentaje también enormemente
crecido lo constituyó el clero,
estamento social religioso de enorme peso y trascendencia en la sociedad
española de la época, con clérigos, eclesiásticos, frailes y monjas, en número
que permite hablar de invasión para la nueva Corte. No sólo por la cantidad de
fundaciones religiosas que se harán en la ciudad, sino por la deseada presencia
de la iglesia en los círculos políticos y cortesanos.
Además de las parroquias y conventos, el estamento religioso se asentó en la ciudad,
respondiendo a la necesidad de suficientes clérigos para atender hospederías
de las diferentes órdenes, colegios, oratorios, hospitales, cofradías y
hermandades. Aunque la condición de la Corte fuese esencialmente política y
religiosa, no hay que olvidar que la numerosa población requería unos servicios
y producciones determinados. Estos se los suministraba la burguesía, que
respondía a tres frentes.
Los mercaderes y vendedores, los artesanos o fabricantes
de manufacturas, que cubrían gran parte de las necesidades básicas de la población, formarán también un gran
grupo dentro de la sociedad. Por otro lado, como he comentado antes, estarán y
los liberales o letrados, entre los que cabría incluir muchos funcionarios, pero
también prestamistas, médicos, abogados, escritores y artistas, etc.
Y finalmente, el pueblo
llano o trabajador manual, que en Madrid se dedicaba, fundamentalmente, a
la servidumbre.
Cualquier familia noble o burguesa empleaba como mínimo a dos o tres personas
de esta condición. En la sociedad Madrileña del XVII, era impensable, para
cualquier familia nobiliaria, mercantil, funcionaria o burguesa, no tener
criados en casa, pues de no poseer ni siquiera un sirviente se estaba en el
grado más ínfimo y bajo de la condición social. De la normalidad que llegó a
tener la condición de siervo, basta decir que los criados o sirvientes tenían a
gala el serlo, sobre todo, si sus señores o señor alcanzaban cierto nivel
social.
A finales del XVI, en torno a los últimos años de vida de Felipe II,
fallecido en 1598, la población madrileña ronda los 100.000 habitantes. Esto se
debió al traslado de la Corte desde Valladolid a Madrid. Pero el retorno de la
Corte a la villa del Manzanares, en 1605, supuso otra vez un sostenido índice
de aumento demográfico, con algunos retrocesos, producidos por diversos
elementos, tales como pestes, hambruna, mortandad elevada, etc. A lo largo del
XVII, los vecinos no bajarán ya nunca por debajo de los 100.000, como los
154.000 de 1685, todo ello dentro del mismo espacio físico que no se
altera, pues el crecimiento es absorbido por la capital mediante la
fragmentación de la vivienda y el aprovechamiento de los patios de las casas
para construir aposentos. Efectivamente, el suelo o superficie no aumentó en
Madrid desde 1625, como consecuencia de la cerca de la ciudad ordenada levantar
por Felipe
IV, pero esta creciente explotación del suelo urbano interior de la
cerca aumentó, considerablemente, los ya de por sí marcados problemas
higiénicos, sanitarios y de salubridad, que a finales del XVII eran grandes y
preocupantes, con abundantes voces de alarma ante una situación que era
explosiva.
- Ana Perla Sánchez
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